Desde hace algunos años mi aprecio por el recogimiento ha ido in crescendo. El silencio, la paz y la tranquilidad son tres características vitales que intento mantener en mi hogar y en mí. Vamos, lo que viene siendo una vida bastante retirada del ruido de las aglomeraciones, la sandez, el mal gusto y el de la importanciosidad, término que me invento aquí para referirme a la actitud cada vez más extendida que se reduce a «las cosas importan, sobre todo yo», en la que cada uno pregunta: «¿qué hay de lo mío?». Es una premisa vital en la que ya no importa otra cosa sino el individuo.
Puede parecer contradictorio decir que soy un semi asceta y al mismo tiempo critique el egocentrismo de mis convecinos, pero son dos cosas distintas. Hablo del egocentrismo, del egoísmo, de no ver al otro, ni siquiera intentarlo. Una cosa es recogerse y otra ser egoísta y egocéntrico.
Una vez me he justificado sin necesidad y por tanto habiéndome acusado manifiestamente, os quiero hablar del concepto del faro. Hace no mucho, el amigo que me recordó a Kant me envió una foto de la figura de un faro que se había comprado. Dicho con mis palabras, me vino a decir que el faro es de los lugares más aislados, una suerte de atalaya en la que ves lo que sucede en tierra por un lado y la infinitud del mar por otro. Si es necesario, das luz, y si no, pues no. Pero el centro de la idea era el aislamiento. Estás ahí, disponible, y retirado al mismo tiempo. La figura representaba que su casa es un faro, un lugar de recogimiento, desde el que ves las cosas, sí, pero desde la lejanía del ruido de la barahúnda antes mencionada.
Como soy un copión, me apropié del concepto y me hice una habitación-faro. Mi casa es el faro, y esa habitación es el faro del faro. La emparedé con papel de ladrillo, puse cuadros de Roerich, una ilustración hecha por Tolkien de la entrada a las Minas de Moria, una imagen de un faro, una lámpara-faro que moldearon para mí, un baúl, una brújula imitación de la de un explorador cuyo nombre no recuerdo, una suerte de sextante, una bola del mundo, detalles steampunk, un género literario que me gusta como ya sabéis, un par de relojes de pared con forma de rueda dentada cuyas agujas no se mueven, ya que dentro del faro el tiempo funciona diferente, la figura de un robot de cobre y dos reproducciones de un mapamundi y otra del cielo, ambos de hace unos cuantos siglos. Al lado, un pequeño escritorio con un reloj de arena y pequeños baúles, una estantería con libros de todo tipo y poco más. Ahí me retiro a ratos.
En el faro, leo, escribo, miro una peli, ejerzo algún hobby o sencillamente me quedo en silencio. Y leo por leer, escribo por escribir, miro una peli por mirar una peli, ejerzo algún hobby por ejercerlo y me quedo callado por callarme. Nada más me hace falta cuando estoy ahí. Ni siquiera es un espacio ni un momento para «desconectar», concepto que no me gusta nada, porque ya tengo la vida que quiero tener. El faro es solamente recogimiento y contemplación, incluso cuando estoy haciendo algo. Puede sonar raro, pero alguien que lea o escuche esto me entenderá.
Comparto esto porque invito a quien pueda a que se haga su espacio-faro para recogerse si así le apetece. De hecho, sugiero que si alguien se lo hace, que sea porque le apetece, no porque lo necesite. Hasta la próxima.
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