Un tema que siempre me interesa tratar, y lo haré de vez en cuando en este blog, es la cuestión del convencimiento que solemos tener las personas respecto a nuestra visión del mundo, de nosotros mismos y, en algunos casos, sobre lo sagrado.
Lo habitual es que cada individuo, sin apenas percatarse, está totalmente convencido del modo en que considera la realidad sin saber por qué piensa de esa manera. «Si estoy viendo esto, es que así es, tal y como se presenta, no hay más vueltas que darle». No se reflexiona demasiado sobre porqué interpretamos los hechos vividos de una forma y no de otra. Y quienes conocen esos mecanismos psicológicos pueden darte gato por liebre, porque saben qué teclas tocar para hacer prestidigitación con tu mente.
Tranquilo, que no estoy tirando del rollo conspiranoico. De hecho, ese mundillo hace lo mismo creyendo que no. Hablo de algo muy generalizado: la treta usada, a veces inconscientemente, para convencer, para ganar, para conseguir algo. Esto podemos constatarlo tanto en las relaciones entre personas de cualquier lugar como en las promesas de la secta o religión de turno, o en el partido político o ideología que quieras.
Entiendo que una relación sana entre dos individuos es aquella en la que no sacas partido. Como me recordó un gran amigo una vez citando a Kant, el modo ideal de relacionarse con los demás es cuando tratas a la persona como un fin en sí mismo, no como un medio. Fíjate qué sencillo y obvio, casi parece autoayuda de la mala —bueno, no hay autoayuda de la buena—. Tratar a una persona en tanto persona, no como algo que me dispensa otro algo. Eso se traduce en entrega a los demás, en solidaridad con el prójimo, en relacionarte porque sí y en tener valores porque sí.
Esto me lleva a otro pensamiento que esbozaré brevemente aquí, pero con el que quizá me explaye en otra ocasión. El porque sí en este caso no en un sentido negativo, es decir, cuando se usa porque quien pronuncia esas palabras no tiene argumentación posible ante una cuestión x. Me refiero al porque sí de la virtud o la práctica de los valores, al porque sí del vivir. ¿Por qué tener valores o virtudes? Que no sea para gustar, ya sea a personas o a los dioses. Que no sea para conseguir algún fin. Hazlo porque sí, punto, porque eres humano y posees humanidad.
Y lo mismo con el porqué de vivir. No me atrae nada buscarle un sentido a la vida por algo sencillo: el sentido de la vida es vivir. Si quieres añadirle trascendencia o no a eso ya es cosa tuya, me parece bien. Si por el hecho de vivir ya se encuentra la plenitud sin más, uno tendrá una buena vida sin demasiadas necesidades ni se montará muchas películas con los problemas que surjan, porque les dará el valor necesario.
Hay otro efecto colateral en esto: cuando no necesitas encontrar un sentido a tu vida, estás a salvo de los que te prometen el Cielo, salvación o riquezas, ya vaya el prometedor con sotana, ondeando una bandera, enseñándote un fajo de billetes o diciéndote cómo deben ser el mundo y tú.
Bueno, esto es todo por hoy.
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