Soy farero. En otro blog hablé de la concepción del faro que tenemos los fareros. No somos una fraternidad; ser farero es una condición vital. Una palabra que habla de nosotros es emboscadura, o enfarodura, si quieres.
La condición farera te hace comprender la vida y sus contingencias de una manera poco corriente. No es algo elitista, ni intelectualoide. Simplemente, entiendes las cosas desde otro ángulo. Esto a veces trae cierta soledad, porque no somos demasiados.
Por fortuna, de vez en cuando los fareros nos reconocemos mutuamente —y eso que somos discretos—, hacemos nuestro saludo, del que no podemos hablar, y empezamos a comunicarnos con más o menos frecuencia.
Tengo algún hermano farero con el que me comunico con asiduidad. No diré su nombre por ahora, porque no importa. Lo que si haré será compartir, a modo de comentario, algunas de nuestras comunicaciones fareras, aquellas que sean compartibles, porque hay cosas que sólo podemos comprender entre fareros. Espero que lo entiendas y me disculpes.
Hoy quiero compartir una comunicación en la que hablamos sobre los relatos, palabra muy presente en nuestra sociedad en los últimos tiempos. Ya sabes, los relatos ideológicos, religiosos, de influencers, de lo que quieras y de quién quieras, porque la naturaleza de todos ellos es la misma.
¿Qué es un relato en el ámbito social y religioso? Una construcción de ideas realizada por alguien o alguienes con una intención determinada. La intención puede variar, ya sabes: poder, riqueza, mesianismo, destruir, construir destruyendo, tener buenas intenciones que por ignorancia te llevan a ser malintencionado, etc.
Pero definamos el relato en sí. ¿Qué tipo de construcción de ideas es un relato? Veamos un ejemplo a modo de esquema, como si fuera yo mismo un constructor de relatos:
- Mira, el mundo es así. Y algo anda mal.
- Anda mal porque aquellos de enfrente son malos, y nosotros los buenos. Mira lo que hacen, cómo lo hacen y cómo quieren borrar al bien y a los buenos, que somos nosotros, no lo olvides.
- Pero puedes tranquilizarte, tengo la solución. Escucha. Te prometo la salvación.
- Para salvarte, para salvarnos, debemos hacer esto y esto. Créeme, es lo mejor que podemos hacer. Sabemos de qué hablamos, somos la única solución a lo que anda mal.
- Muy bien, estás haciendo lo correcto. Cualquiera de los nuestros, los buenos, hacemos las cosas así. Te has ganado ya la salvación. La lucha sigue, porque el mal siempre estará, y debemos evitar que brote. No bajes la guardia, no olvides.
Pueril y hasta demasiado simple, ¿verdad? Pues sí. Pero me voy a meter un poco contigo, con aprecio, eso sí. Es muy probable que hayas pensado que tus contrarios funcionan así, ¿eh? Te he pillado, no pasa nada, es normal cuando te comes un relato y se convierte en tu modo de percibir la realidad. Son los otros, no tú. Pero estoy hablando de ti.
Los seres humanos amamos los relatos. Sabes de qué va: sentirte comprendido y perteneciente a algo más o menos importante, hallar un sentido a tu existencia, conseguir pareja o parejas, poder, dinero, pasar el tiempo… Nos queremos creer importantes y que estamos en el lado correcto del relato. Normal, ¿quién se levanta por la mañana y dice que quiere hacer el mal? Todo siempre es por un bien, cómo no. ¿Bien para qué y para quién?
Un constructor de relatos piensa sobre todo en su bien y como mucho en el de los suyos, que raro será que seas tú, te lo aseguro. Pero así lo crees, porque los malos son los otros, ¿a que sí? Lo sabes mejor que yo, que estás ahí, in media res.
No sé de qué hablo, esto te lo reconozco, porque yo no me hallo en esas lides y opino por opinar, cosa que tú no haces, porque conoces. Al fin y al cabo, un relato cuenta la verdad, ya sea la verdad divina o mundana. Los demás no nos enteramos de nada, merecemos compasión y, si se tercia, conversión. Con un poco de suerte, ya se nos pasará.
Es más, el resto de individuos somos manipulables e incapaces de discernir la verdad de la mentira, de separar la paja del trigo. Eso no te sucede, y a los tuyos tampoco —bueno, a alguno a veces se la cuelan, pero a ti no—. En ocasiones te dará más pena ver que hay personas muy inteligentes pero equivocadas. Ojalá se dieran cuenta, caray. Ojalá fueran tocados por la varita de la revelación.
De estas cosas hablamos los fareros, aparte de charlar sobre faros y mares. Oteamos el horizonte y luego nos contamos lo que hemos visto, sin preocuparnos demasiado, porque ya pasará. Por hoy me retiro, es diciembre y empieza a refrescar.
PD: Te hago un matiz. No todo son relatos. No es lo mismo decir que 2+2=4 que intentar convencer a alguien de que 2+2=22, o decir que es de día cuando es de noche y viceversa. Que sepas diferenciarlo, es cosa tuya. Ah no, que ya lo haces, perdona, perdona.
Descubre más desde Mundo Cosa
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.